La cancha de fútbol Prado Brasilia vibró al ritmo de trompetas, tambores y clarinetes durante la celebración del XXII Festival de Bandas de Marcha, un evento que congregó a cientos de espectadores y músicos en un espectáculo que exaltó el talento y la pasión de agrupaciones locales y regionales.
Un imponente desfile protagonizado por las 20 bandas participantes marcó las presentaciones que deleitaron al público en las graderías. Sus interpretaciones y coreografías, ejecutadas con precisión y energía, lograron repetidas ovaciones de los asistentes.
Este encuentro, financiado con recursos del Programa de Planeación de Desarrollo Local y Presupuesto Participativo del Distrito de Medellín, se ha convertido en una tradición para la comunidad. Su regreso, después de varios años de suspensión debido a la pandemia, trajo consigo una renovada energía y el compromiso de continuar este legado que ha unido a varias generaciones en torno a las bandas de marcha.
Un festival inclusivo y diverso
“En esta ocasión, todas las bandas participaron en igualdad de condiciones. Se entregaron trofeos, certificados de participación e incentivos económicos equitativos. Tuvimos categorías como Banda Marcial Militar, Banda Marcial Moderna y Banda Musical. Además, destacamos la participación de dos bandas de adultos mayores y una banda para personas en condición de discapacidad”, explicó Jesús María Tobón, conocido como “Chucho”, organizador del evento.
Un espacio para la comunidad
El festival promueve la cultura, el arte y la convivencia, al tiempo que se convierte en una plataforma para los jóvenes músicos que encuentran en la música una vía de expresión y desarrollo personal.
“Invitamos a muchos jóvenes a hacer parte de algo bueno, interesante, que aporta disciplina, amor, entrega y mucho compromiso. Esto es lo que necesitamos como comunidad, convocar a las personas a procesos que ayudan a la formación de los seres humanos”, expresó Davidson Gallego, integrante de la banda Prado Brasilia desde hace cinco años.
Un legado intergeneracional
Cerca de 1.500 personas, entre participantes y público, disfrutaron de las presentaciones que trascendieron lo artístico, convirtiéndose en una herramienta de transformación social. La música une generaciones y refuerza los lazos comunitarios.
“Entre el público, se escuchaban expresiones como: ‘¡Qué maravilla de banda!’, ‘¡Qué bacano!’ o ‘Se me eriza la piel’. Muchos recordaron su juventud y las experiencias vividas en bandas hace 15, 20 o 25 años. Ellos decían qué chévere volver a revivir esto, la sensación, el amor y las ganas que le ponía entonces” agregó Chucho.
¡Qué la fiesta continue!
Los organizadores ya sueñan con la vigesimotercera edición, que promete regresar al formato de concurso, atrayendo a más público y bandas participantes.
“Necesitamos que esto siga. No podemos dejar que muera. El presupuesto nos bajó, sin embargo, este año demostramos que con poco se hizo mucho y con más, se podría hacer muchísimo más”, concluyó Tobón.
Mientras tanto, la Comuna 4 guardará en su memoria un festival que, una vez más, llenó sus calles de arte, alegría y esperanza. Cada nota de las trompetas, el ritmo de las tamboras, el eco profundo de los bombos y el vibrar de los platillos resonaron con fuerza en los corazones de los asistentes. Los clarinetes añadieron melodías cargadas de emoción, mientras las liras brillaron con su sonido inconfundible.
Los bastoneros y bastoneras, con su elegancia y destreza, dieron un espectáculo lleno de color, energía y precisión, convirtiendo cada movimiento en un verdadero arte escénico. El público, cautivado, celebró a cada banda como un símbolo de esfuerzo y pasión.
¡Que nunca se apaguen las notas ni los aplausos! Este festival es mucho más que un evento: es el latido vivo de una comunidad que encuentra en la música su unión, su identidad y su alegría más autentica.