Cecilia llevaba tres meses escondiéndole a su familia la situación de su hermano Felipe. Felipe dejó de atender llamadas y mensajes de texto; era como si se lo hubiera tragado la tierra. Alarmada, Cecilia comenzó a buscarlo y, luego de interrogar a amigos, se dio cuenta de que su hermano ahora estaba mendigando y recorriendo el centro de Medellín.
Cecilia no aguantó más y le contó a su familia lo que estaba sucediendo. Buscó ayuda y recorrió zonas como el sector de la Minorista, Barrio Triste, la canalización del río y las inmediaciones de la calle Carabobo y Moravia. Encontró a Felipe desorientado y enfermo, con una herida purulenta e infectada en una de sus piernas. Lo llevó a un centro de rehabilitación, pero dos semanas después este escapó y volvió a sus andanzas.
Problemas personales y el consumo de drogas lo arrastraron a la desesperanza de la mendicidad, a pesar de haber vivido de forma independiente, tener un negocio de arepas y convivir con una pareja. Felipe hoy tiene 26 años. ¿Qué llevó a Felipe a no querer continuar con una vida prometedora? Es la pregunta que hoy se hace Cecilia.
La situación de Felipe es la misma que viven cerca de 8.000 habitantes de calle en la capital antioqueña, una cifra preocupante si se tiene en cuenta que, para 2019, el Dane calculó que Medellín contaba con cerca de 3.200.
Este aumento significativo ha provocado que la población se desborde hacia barrios periféricos del centro, especialmente en la Comuna 4, siendo Moravia el principal foco de confluencia.
Así lo explica Ana María Mosquera, psicóloga y funcionaria de la Secretaría de Inclusión Social. Ella lleva varios años trabajando en el Sistema de Habitante de Calle y afirma que la Alcaldía comenzó una fuerte campaña llamada “Hay otras formas de ayudar”.
“Desde pequeños nos han enseñado a ayudar a los más necesitados, y eso está muy bien. Pero con el habitante de calle hay que proceder de forma distinta. La idea es no darles dinero, pues esto permite que se perpetúen en la mendicidad”, manifiesta la experta, quien invita a donar ropa, zapatos, libros, juegos de mesa o artículos para la movilidad reducida. Estos aportes pueden ser llevados a la Casa de Justicia de El Bosque.
Ana María explica que existe un sistema de la Secretaría de Inclusión Social que brinda a los habitantes de calle acompañamiento y servicios integrales para ayudarlos a salir de esa situación.
Cecilia conoce este sistema y ha intentado llevar a su hermano Felipe varias veces, pero este se niega a retomar el rumbo de su antigua vida. Se trata de albergues de recuperación transitoria que incluso ofrecen capacitaciones y programas para que, poco a poco, las personas dejen la adicción y recuperen el deseo de vivir y aportar a la sociedad.
El más grande de estos centros es Centro Vida, ubicado en el barrio Prado Centro. El lugar tiene capacidad para 400 hombres y 60 mujeres, y allí las personas pueden bañarse y cambiarse de ropa.
El segundo centro de atención se llama Reconstruyendo mi vida, ubicado en Barrio Triste. “Allí contamos con apoyo psicosocial, enfermería, alimentación, dormitorios, además de profesores de deportes y artes. A pesar de estos espacios, sabemos que salir de la situación de calle es difícil”, comenta la psicóloga.
Doris Salcedo, quien vive a una cuadra del parque de Aranjuez, afirma que es preocupante la cantidad de “mendigos” que se ven allí, muchos de ellos ingiriendo alcohol y haciendo sus necesidades en los árboles. También señala que otra consecuencia preocupación es el reguero de basura que suelen provocar al buscar reciclaje en las zonas de acopio.
Cecilia odia admitir que su hermano sea parte de esta problemática. “Solo espero que Dios le brinde el valor y la sabiduría para salir adelante. Su familia siempre estará atenta a ayudarlo”, manifiesta Cecilia.
Si desea saber más sobre cómo ayudar a esta población, comuníquese a la línea 444 41 44.
*Cecilia y Felipe son nombres cambiados a solicitud de la fuente.