En el corazón del liderazgo social yace una misión esencial: servir a la comunidad con humildad y compromiso. Sin embargo, muchos líderes sucumben a un enemigo silencioso y devastador: el ego.
Este defecto, alimentado por la vanidad y el deseo de protagonismo, puede transformar a quienes alguna vez fueron ejemplo de cercanía y empatía, en figuras arrogantes y desconectadas de las necesidades reales de su gente.
La metamorfosis
Es casi mágico, ver cómo algunos líderes sociales tras alcanzar un cargo de elección o una posición de dirección dejan atrás la humildad que los caracterizaba para adoptar actitudes de superioridad.
Antes de tener poder (el cual podría ser hasta efímero o tener fecha de vencimiento), te saludaban con una sonrisa sincera; ahora, apenas levantan la mirada. ¿Será que el título viene acompañado de un manual de arrogancia? Los mismos que clamaban por la unión y el trabajo en equipo parecen haber olvidado esas palabras cuando la atención está sobre ellos.
Predicar una cosa y practicar otra
Algunos líderes incluso suelen mencionar sus profundas creencias religiosas, destacando su fe como guía moral. Sin embargo, su comportamiento cuenta otra historia: discursos llenos de amor y tolerancia en público, pero tras bambalinas, despliegan estrategias de guerra silenciosa contra otros líderes. Premisas como “Amar a tu prójimo”, dependerá si están de acuerdo con ellos y no les compiten por el protagonismo.
En lugar de competir para ver quién presta el mejor servicio, muchos prefieren pelear por quién recibe más aplausos. Cualquier iniciativa que no provenga de ellos se convierte en una amenaza a destruir. ¿Qué importa si es buena para la comunidad? Lo importante es que no brille más que la propia. Y mientras los egos chocan, los proyectos quedan estancados, y la comunidad, olvidada.
La comunidad los ve
Lo más irónico es que, aunque muchos líderes creen ocultar sus intenciones, la comunidad los ve con claridad. Su ambición, codicia, arrogancia y afán de protagonismo son tan visibles como un elefante en una habitación. La gente nota cómo el poder corrompe su esencia y cómo sus actos contradicen el discurso que tanto pregonaron.
Hora de escuchar el corazón y el espíritu
Es tiempo de recordar que el liderazgo social no se trata de imponer ni de figurar, sino de servir. Si todos los líderes lograran silenciar el ruido de su ego y escucharan su corazón, entenderían que, al dañar a otros, se dañan a sí mismos y a la comunidad que juraron proteger.
Sin embargo, se debe recordar que el poder es pasajero. No en vano existen frases como “todo lo que sube, baja”, que nos recuerdan la fragilidad de las posiciones de privilegio. Más temprano que tarde llegará el momento en que quienes se dejaron llevar por la soberbia tendrán que rendir cuentas a la comunidad, volver a mirar a la gente a los ojos y enfrentar las consecuencias de sus actos.
Solo aquellos que ejercieron su liderazgo con honestidad, humildad y un auténtico espíritu de servicio, profesando la unidad y la cohesión social, podrán hacerlo con la tranquilidad de quien cumplió su deber, dejando tras de sí un legado digno de respeto y admiración.
Los grandes líderes no son recordados por cuánto poder acumularon, sino por cuánto bien hicieron. ¿Será tan difícil que algunos lo entiendan?