En una cálida mañana en Aranjuez, las risas de un grupo de niñas y jóvenes inundan un salón de la Casa Museo Pedro Nel Gómez, un espacio donde los trazos inmortales del Maestro parecen cobrar vida al ritmo de la danza. Entre velos multicolores y melodías orientales, se teje una historia que comenzó hace más de una década en el Colegio Emilia Riquelme, en la Comuna 4, donde el arte fue sembrando sueños y valores.
Todo inició cuando Thaís Rivera, una madre comprometida con su comunidad, veía la necesidad de un espacio accesible donde las jóvenes pudieran aprender danza oriental sin los altos costos de las academias de élite de Medellín.
Con el apoyo de la congregación del colegio y un firme propósito de desafiar los prejuicios que malinterpretaban esta forma de expresión artística, Thaís inició un proceso artístico que iba más allá de lo estético. La danza se convirtió en una herramienta de empoderamiento femenino, un espacio seguro para que las jóvenes descubrieran su esencia y fortalecieran sus valores.
“Había que romper muchos esquemas”, recuerda Thaís. “Pero siempre supe que esto era más que un baile; era una oportunidad para que las niñas se sintieran orgullosas de sí mismas, de sus cuerpos y de su historia”.
Lo que comenzó como clases improvisadas de danza oriental fue tomando forma. Cuando llegó el momento de darle un nombre, eligieron uno cargado de simbolismo: Nefertary, inspirado en la poderosa reina egipcia que trabajó codo a codo con su esposo para transformar su tiempo. A ese nombre añadieron el número 7, un símbolo cabalístico que representaba fortaleza y propósito. Así nació Nefertary 7.
El grupo no tardó en crecer y evolucionar. Con cada presentación en festivales, cada taller impartido en la comunidad y cada jovencita que se unía, dejaban de ser solo un grupo de danza, para convertirse en una organización social que hoy integran 27 alumnas, junto con sus familias.
Una familia
Para Anghelina Ramírez, quien lleva nueve años en el grupo, éste ha sido más que un espacio para aprender danza. “Es una familia”, afirma con una sonrisa. “Aquí no solo aprendí a bailar; aquí mejoré mi autoestima, descubrí mi fuerza y aprendí a expresar mis emociones sin miedo”.
Por su parte, María José Fernández, con 11 años en el grupo, destaca cómo la danza oriental le ha enseñado el poder de la expresión corporal. “Cuando estoy en el escenario, siento que estoy mostrando mi esencia. Es como decirle al público: ‘Esta soy yo, segura y orgullosa’”.
Cruzando fronteras
El impacto de Nefertary 7 no se ha quedado en Medellín. En 2024, la organización logró un hito que parecía inalcanzable años atrás: abrir una academia en Tacna, Perú. “Queremos llevar nuestra filosofía a muchas mujeres en el mundo”, explica Thaís. “La danza oriental no es solo arte; es un puente para descubrirnos, para fortalecernos como mujeres y para compartir valores universales”.
El intercambio cultural entre Colombia y Perú se vislumbra como el próximo paso en esta expansión internacional. Sin embargo, Thaís no olvida los retos que enfrentan como organización: la falta de recursos, las exigencias de una presencia constante en redes sociales y la necesidad de gestionar becas y convocatorias para sostener el proyecto.
Valores y sororidad
Con el tiempo, sus integrantes han pasado de ser estudiantes a maestras. Camila y Michelle, las hijas de Thaís, ahora son parte del equipo docente junto a Lorena Londoño. “Ver cómo mis hijas hacen parte de este proyecto me llena de orgullo”, confiesa Thaís. “No fue algo impuesto; fue algo que nació del amor al arte y del deseo de construir algo juntas”.
Al hablar sobre el futuro, Thaís se emociona. “Queremos seguir creciendo, no solo en número, sino en impacto. Deseamos inspirar a más mujeres a través de nuestra misión: vivir el arte como un camino hacia el autodescubrimiento y el empoderamiento”.
Transformación a través de la danza
Hoy, al mirar a las jóvenes que conforman Nefertary 7, se evidencia el impacto de esta iniciativa. Cada presentación en festivales como Magia del Desierto, denominado en su última edición Festival de Arte Femenino de la Comuna 4, trasciende el espectáculo para convertirse en un testimonio del poder transformador del arte.
Desde sus inicios hasta su internacionalización, este colectivo demuestra que el arte, cuando se alimenta de valores y compromiso, puede cambiar vidas.
Y mientras las alumnas danzan, sus movimientos cuentan historias de resiliencia, de lucha contra prejuicios y de una sororidad que trasciende generaciones. Como dice María José: “Aquí aprendemos a ser artistas integrales, bellas por fuera y por dentro, para inspirar a otras mujeres a soñar y a creer en sí mismas”.
Al final, Nefertary 7 no es solo danza; es un canto a la transformación y la esperanza.